16 de Mayo de 2012 | Córdoba / Biblioteca Córdoba
Texto de Antonio Oviedo sobre Trasfondo de Patricia Ratto

El viernes 11 de mayo, en la Biblioteca Córdoba, de la ciudad de Córdoba, se presentó la novela TRASFONDO de Patricia Ratto. En la oportunidad, Antonio Oviedo leyó un texto de su autoría en el que destacó algunos interesantes aspectos de la novela.

Lo que escribe Martín Kohan en la contratapa de esta novela de Patricia Ratto se puede comprobar: en el trasfondo del título no se halla cobijada o subyace la verdad, en este caso acerca de la guerra de Malvinas, sino, por el contrario, son la falsificación, la mentira, lo irreal y, si se quiere, la ficción los elementos que hablan de lo que efectivamente ocurrió. Al mismo tiempo, la narración recoge, dentro de su devenir, otras facetas igual de importantes que la antes mencionada. Por ejemplo el ruido (en cuanto irrupción que el enemigo, al detectarla, podrá aprovechar para sus fines), o los ecos que se desprenden del ruido y se oponen al silencio no para anularlo sino para mantenerlo activo.
La comunidad conformada por los tripulantes del submarino  constituye otro tema que es menester no omitir. Esa comunidad gestada en el interior del submarino reclama para sí una determinada identidad fundada a su vez en el apoyo recíproco. Lo que Jean-Luc Nancy llama el afecto, el estar en común, el estar en contacto que es la modalidad fundamental del afecto. Pero quedaría incompleta esta reflexión si la comunidad existente en el submarino no estuviera, además, inscripta en un estado de excepción definido por una determinada temporalidad inseparable de ese ámbito cerrado cuyo ciclo inevitablemente se agotará.
Paralelamente, el encierro, dentro de esa máquina de forma ovoide fabricada para la guerra, desencadena vicisitudes y prácticas inherentes a un espacio cuya exterioridad se asocia con la amenaza y el riesgo. Respecto de esta situación que se prolonga hora a hora, y día a día, con sus rutinas previstas e incluso imprevistas, nada podría reflejarla mejor que las múltiples actividades que es imprescindible efectuar para que los mecanismos de funcionamiento del submarino jamás se detengan o se interrumpan. Pero también para evitar los tiempos vacíos que causan un malestar difuso, debilitan la atención, alientan dudas que pueden dilatar decisiones impostergables. Una perturbación, entonces, que desequilibra lo conocido, algo que el narrador describe cuando uno de sus compañeros se contempla en el espejo del baño: “uno se va desconociendo y empieza a no querer mirarse”. Ahora bien, en el lugar cerrado del submarino, los tripulante cumplen a rajatabla los roles que les han sido asignados a cada uno; asimismo, dichos roles a menudo encuentran su correlato más o menos explícito en significantes que adquieren una sonoridad particular. Snorkel, manifold, antena látigo, periscopio, sonar, rumores hidrofónicos, bomba de achique, escotilla, campana de escape, etc. son parte del léxico técnico que esta novela incorpora a su textualidad acaso con el objeto de matizar y, porqué no, de darle peso, a cierta verosimilitud de la escritura.
Sin embargo, aparte de las facetas ya señaladas escuetamente recién, no podría dejarse de lado un dispositivo fundamental que, a medida que avanzan sus secuencias (que dicho sea de paso es una sola gran secuencia que transcurre en el interior del submarino), Trasfondo va introduciendo otros momentos en el devenir de la narración. Ese dispositivo no es otro que el de la lectura. El narrador es el maquinista del submarino y a poco de iniciar el viaje hacia el Atlántico Sur encuentra un libro cuyo título por supuesto no podremos saber pero sí inferir. No parece casual que el maquinista del submarino sea el lector de ese libro que encontró por casualidad, quizás olvidado vaya a saber por quién, aunque tal vez su aparición tenga relación con algo que la literatura difícilmente puede soslayar. Es decir, aquello que la conecta estrechamente con el acto de leer. Se trata de un libro (ya diremos cuál suponemos que es) dentro de otro libro que es Trasfondo. Este contrapunto operado entre ambos libros resulta clave pues en esa modalidad se juega el movimiento más inconfundible y porfiado de la literatura: conducirnos a la lectura. Pero antes hay que responder a la pregunta de por qué, en este caso, el maquinista es el que encuentra el libro, mejor dicho, o más exactamente, por qué es el maquinista el lector del libro, por qué adopta o incluso se otorga a sí mismo la posición de ser el lector del libro. Porque además de actuar desde su sala de máquinas, el maquinista es un factótum, o sea: el que hace todo, conoce a fondo todos los secretos de unas máquinas sofisticadísimas, realiza una serie maniobras, tanto las decisivas en las circunstancias más adversas como las habituales en las circunstancias menos problemáticas de la navegación, posee los reflejos para imprimirle al submarino la velocidad necesaria a fin de sortear situaciones cruciales, lo recorre de un extremo al otro, mientras todos cumplen sus respectivos roles, enumera con precisión las tareas que el resto ejecuta. En determinado momento su propia definición suena con una contundencia que desconcierta pues insinúa un poder que él mismo se atribuye con total desparpajo: “Soy como el lado oscuro de la luna”. Nadie lo puede ver pero el maquinista observa todo. Correlativamente, es él quien detenta nada menos que la voz narrativa a través de la cual monologa y cuenta las incertidumbres, vacilaciones, desalientos, extravíos y temores que afligen a todos sus compañeros. En fin, se ocupa hasta de los mínimos detalles, como por ejemplo, el de seguir un misterioso frasco de alcaparras que va y viene rodando por los pasillos del submarino o bien el de tratar de esclarecer el enigma de unas botas que aparecen y desaparecen durante toda la travesía del submarino. Hace todo, observa todo, pero también dice todo y por qué no, dice a medias, o para expresarlo con otras palabras: enuncia el discurso con el cual se narra la novela. Asimismo y por si fuera poco, dado el contenido del libro que encuentra, el maquinista es el único que puede permanecer simultáneamente en el desarrollo de Trasfondo y a la vez en el desarrollo del libro que encontró. Porque el contenido de ese libro hallado fortuitamente es como la contracara del contenido del libro cuyo escenario es el submarino y por esa razón el maquinista debe leerlo hasta la última página que es también la última página de Trasfondo. Pues si la historia de Trasfondo transcurre bajo el agua, la historia del libro hallado por el maquinista transcurre bajo tierra. Y en el lapso de esa duración –indisociable de la guerra- que se llama espera y que es, según el maquinista, “interminable e incierta”, cuyo compás “mide gestos y movimientos”, y que es capaz de suspender el tiempo, es decir, un tiempo que no avanza y que sólo puede avanzar, valga la paradoja, manteniéndose quieto: tal es la dimensión donde el maquinista sitúa la lectura del libro que el azar puso en sus manos.
“Estoy sentado a la mesa de proa con un libro que encontré por ahí, viejo, amarillo, le falta la tapa, algo hay que hacer mientras se espera, así que leo la historia de un bicho que acaba de terminar su guarida bajo la tierra”. Ese bicho es un topo que excava galerías y túneles con sus robustas patas, los apuntala con su compacta frente y es el personaje de un relato de Franz Kafka (quizás el último que escribió pocas semanas antes de morir) titulado póstumamente por su albacea Max Brod Der Bau, indistintamente traducido como “La construcción”, “La obra”, “La madriguera” o “La guarida”. Como suele ocurrir con el bestiario de Kafka, el  topo usa la primera persona para relatar las distintas peripecias y los motivos, que no faltan, para sumirlo en tribulaciones cuando no son angustias las que agobian su lánguida pero engañosa tranquilidad. Acopia abundante carne de sus presas, deambula por los túneles, recorre con cierto aire desafiante ese territorio subterráneo que nunca termina de extenderse hacia todas las direcciones; sin embargo, la presencia de otro animal al acecho puede alterar la calma en un refugio que el topo creía inexpugnable: “Vivo en paz en lo profundo de mi casa y entretanto se me aproxima sigilosamente el enemigo”. Ese sigilo se hace oír a través de toda clase de ruidos y señales que se vuelven apremiantes para el topo, que redobla la vigilancia e intenta que “los sistemas defensivos de la guarida” no tengan fisuras.
A medida que los distintos pasos narrativos de Trasfondo se suceden, el texto de Kafka inscribe los suyos en la lectura practicada por el maquinista. Se podría decir no que la lectura del texto de Kafka acompaña la lectura de Trasfondo sino que éste da cabida a su propia lectura en la cual, a su vez, la del libro de Kafka encuentra allí sus propias resonancias, resonancias que vienen a desacomodar o desestabilizar la idea de una lectura lineal y desprovista de matices. Dos aspectos merecen subrayarse en relación a la observación anterior. Por un lado, llega un momento en el que las frases de La construcción de Kafka se deslizan en o forman parte de las mismas frases de Trasfondo: éste continúa su relato asimilando el relato de Kafka y el relato de Kafka se inmiscuye, se mezcla con el de Trasfondo. “Esto –afirma el narrador refiriéndose al submarino- es un laberinto infinito de túneles”. Similar, podemos agregar, al de las cuevas por las que circula el topo. En segundo término, uno de los tripulantes advierte que el libro que lee el maquinista llegó dentro de uno de los containers que trasladaban las piezas del submarino desde Alemania, país éste último donde fue comprado. Estaría –corresponde el uso del potencial- entonces escrito en alemán, la lengua de Kafka. Es lo que taxativamente comprueba otro tripulante al hojear el libro. Y el maquinista, poniéndose a la altura de un saber que lo excede, hace una aclaración no por insólita menos pasmosa: “Yo no sé nada de alemán y lo estoy leyendo”.
Desde esta suerte de absurdo lógico Patrica Ratto, en Trasfondo, construye, para llamarla de algún modo, una épica de la lectura, y cuya formulación sería la siguiente: incluso bajo condiciones de vida y muerte como son las de una guerra, la lectura puede efectuarse en un submarino y en una lengua extranjera (la alemana). Un hecho simétrico es el que ocurre cuando Ernesto Guevara, acosado por el ejército en la selva boliviana, hace un alto para leer subido a la copa de un árbol, como lo muestra la imagen fotográfica certeramente analizada por Ricardo Piglia en su libro El último lector. “La lectura –escribe Piglia- se opone a un mundo hostil”. Pero ese mundo hostil no expulsa la lectura, por el contrario, ésta persiste tozudamente aun cuando exista la posibilidad inminente de perder la vida.