Conoció la literatura a través de la voz de su abuela. Afirma que a su autor favorito lo mató con su “admiración y entusiasmo”. Mientras lee dos libros en simultáneo, elige a un poeta argentino como merecedor del Premio Nobel. En la semana de la publicación de su tercera novela, nos cuenta sus rituales a la hora de escribir.
MALENA SÁNCHEZ MOCCERO
PATRICIA RATTO es escritora y docente de literatura, especialmente capacitada en Didáctica de las Prácticas del Lenguaje.
Ha publicado artículos relacionados con la formación de lectores y la escritura en la escuela. Actualmente coordina talleres de lectura y escritura literaria para niños, jóvenes y adultos. Publicó, con Adriana Hidalgo Editora, Pequeños hombres blancos (2006) y Nudos (2008). Acaba de editarse su tercera novela Trasfondo (Adriana Hidalgo), que narra la historia de un submarino argentino en la guerra de Malvinas. Vive y trabaja en Tandil, provincia de Buenos Aires.
¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
“Cuentos maravillosos y de hadas”, de la colección “El mundo de los niños” de Salvat. Me lo leía mi abuela, en voz alta y yo le pedía tal o cual cuento, una y otra vez, hasta que un día, me largué a leerlo sola. Era muy, muy chica, pero el deseo de leer era enorme.
¿Cuál es su autor favorito vivo?
Hace unos años me obsesioné con un autor que había leído en libros prestados que tuve que devolver. Con ansias de posesión (como nos ocurre a los lectores apasionados), corrí a la librería a encargar uno de sus libros. Pero, en el interior, uno no siempre consigue de inmediato lo que busca: hay que encargarlo y esperar. Y yo quería mi propio libro: leerlo, releerlo, verlo en mi biblioteca, en mi mesa de luz, abrirlo, olerlo, marcarlo. El autor era Augusto Monterroso y el libro, “Obras completas (y otros cuentos)”. Finalmente, me avisaron que podía pasar a buscarlo. Era el 8 de febrero de 2003, anochecía, y yo no quería que la librería cerrara sin hacerme de ese libro. Lo recibí de manos de la librera, ni siquiera permití que lo envolviera y salí rumbo a casa con el libro en la mano. Pronto me enteré de que, ese día, en Ciudad de Méjico, moría su autor. De modo que… sí, lo confieso, yo maté a Augusto Monterroso, lo maté de admiración y entusiasmo. Desde entonces, me cuido mucho de decir cuál es mi autor favorito “vivo”.
¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
“El Quijote”, el “Ulises”, las obras completas de Borges, Katherine Mansfield, Flannery O´Connor, Henry James, Juan José Saer... Aunque quizá lo mejor sea un Manual de supervivencia. Si sobrevivo y soy rescatada, puedo volver a casa, hambrienta de lectura, en busca de esos y otros libros.
¿Cuál es el último libro que leyó o qué está leyendo en este momento?
En este momento estoy leyendo “Retratos imorais” del escritor brasileño Ronaldo Correia de Brito y “Los prisioneros de la torre” de Elsa Drucaroff.
¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
“El viaje” de Sergio Pitol. Lo dejé olvidado al bajar de un micro de larga distancia. Voy a tener que comprarlo otra vez porque está muy bueno y quiero terminarlo.
¿Qué libro quisiera releer pronto?
Todos los de Jorge Di Paola: “Minga”, “La virginidad es un tigre de papel” y “El arte del espectáculo”. Hacen que uno no deje nunca de sorprenderse. ¡Guau, qué escritor!
¿Quién debería ser el próximo Nobel?
El poeta argentino Arnaldo Calveyra. Pero, si nunca se lo dan, lo seguiré leyendo con tanta admiración como leo a Borges y a Saer, a quienes nunca se lo dieron.
¿Cuándo escribe?
Hay unas plantas (mi abuela las llamaba conejitos), que florecen en las grietas de las casas viejas. Creo que mi escritura crece, un poco de esa manera, en los espacios que le peleo a la vorágine diaria.
¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
1) Nadie lee mientras escribo, no hasta que sale el libro, salvo el editor, claro, y otro lector, que esta última vez fue Arturo Carrera. 2) Toda la escritura de mis novelas es acompañada por miles de tazas de té con leche sin azúcar.
¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
El de “Nadie nada nunca” de Juan José Saer, porque establece su comienzo como un pequeño génesis: “No hay, al principio, nada. Nada. El río liso, dorado, sin una sola arruga, y detrás…”