02 de Abril de 2013 | |
MALVINAS: 31 AŅOS |
Fragmento de la novela TRASFONDO de Patricia Ratto |
MALVINAS: 31 años Splash de torpedo en el agua, dice Elizalde y aunque su tono de voz es suave me incorporo de un salto como si hubiera escuchado un grito. Con las cuchetas desarmadas dormimos tirados en el piso, sobre las frazadas o la ropa que cada uno consigue y amontona en el rincón que encuentra disponible. Máxima profundidad, ordena el comandante y se inician maniobras evasivas. A Fernández le ordenan eyectar un alcaseltzer para que burbujee y desoriente al torpedo, así que corre hacia el baño de suboficiales en donde se encuentra el eyector, pero la puerta está cerrada, hay alguien adentro, golpea con desesperación, algunos lo chistan para que no haga ruido, el torpedo busca el ruido, nos busca como olfateando el sonido, cualquier pequeña cosa que pueda escuchar, Heredia sale del baño en pelotas, tironeando hacia arriba su calzoncillo, con el overol caído hasta los tobillos, Fernández entra e inicia maniobras: abre el compartimento del eyector, introduce el señuelo en el tubo, cierra el compartimento, ahora tiene que abrir la válvula para llenar el tubo con agua pero decide saltearse ese paso para ahorrar unos segundos, va entonces a abrir la válvula de aire que se encuentra sobre el inodoro para que el aire inyectado a presión en el tubo del eyector empuje al falso blanco, pero no puede, hace fuerza, prueba con las dos manos, pero la válvula está pegada y no se mueve un milímetro. Nobrega, que lo está viendo, hace una seña hacia proa y se mete también en el baño para ayudar; desde proa llega Grunwald con una barreta, hace palanca y logra abrir la válvula, el señuelo sale despedido y comienza a burbujear; Heredia termina de subirse el overol, se persigna, se encamina a la zona de torpedos; por el eyector entra una bocanada de agua, que entre los que permanecen en el baño tratan de tapar; chorrean agua los tres mientras escuchan cómo se acerca el torpedo enemigo -la hélice zumbona girando locamente- cada vez con mayor intensidad; Linares se aferra al rosario que lleva en el cuello y mueve los labios en silencio, estará rezando mientras el torpedo se acerca, se acerca y yo me digo que quizá en el barco que lo ha disparado hay alguien imaginando nuestra explosión, el hueco infernal en la coraza del submarino que aumentará la presión hasta hacernos estallar en pedazos, de adentro hacia afuera, a todos y cada uno de nosotros, como si nos inflaran e inflaran hasta hacernos reventar. No habrá tiempo para nada, ni para gritar, ni para huir, ni para oír, ni para ver, la sangre teñirá el agua de un rojo restallante que poco a poco irá diluyéndose hasta volverse sólo agua. Las luces oscilan, estamos con poca batería, el comandante pregunta: ¿Remanente? Veinte por ciento, le responden. Zumba a estribor el torpedo. ¿Remanente? Quince por ciento, y sigue el torpedo, lo escucho, zumba y sigue, zumba y sigue. ¿Remanente? Diez por ciento, el submarino vibra, el comandante ordena detener máquinas para que no se agoten las baterías, se hace un silencio aún mayor, nada se oye, derivamos suavemente y el agua transparente retrocede al rojo y la sangre vuelve a los miembros y los miembros al cuerpo y los cuerpos al submarino y el hueco se sella y la chapa se restablece mientras el torpedo sigue de largo hasta que dejamos de escuchar la maldita pequeña hélice de su motor. Fragmento de Trasfondo (Adriana Hidalgo editora, 2012) |