“-Pichi es pequeño y huinca significa hombre blanco, cristiano. ‘Pequeño hombre blanco’, es una expresión mapuche…todos nosotros, los que venimos de afuera: insignificantes blancos perdidos en un territorio interminable.-Y ajeno…” (Patricia Ratto, Pequeños hombres blancos, pág. 32, Adriana Hidalgo Editora, 2006)
Gabriela, la profesora de matemáticas que va a ensañar a la escuela de un pueblo perdido de la patagonia, en Pequeños hombres blancos, de Patricia Ratto, desciende del ómnibus. El viento muy frío la golpea. Ha quedado en un lugar incierto, que es la calle o la ruta.
En José de San Martín, el pueblo, aunque no lo parezca, todo será igual de impreciso, y ese espacio, que es también otra cosa, se constituirá en una poderosa metáfora de la dictadura militar, en cuya época se encuentra ambientada la novela. “El pueblo termina siendo una especie de purgatorio, en el que las almas se quedan a limpiar pecados.” (Grandes Escritores Latinoamericanos, nro.25, Juan Rulfo, pág. 392, dirig. por Silvina Marsimian). “Las que deambulan no son almas en pena, sino cuerpos sin alma.” (Grandes escritores…Los ecos de las sombras, Elena Pérez de Medina, pág.396). La formulación al parecer simple, abre una serie de operaciones con la escritura.
Las almas no se quedan a limpiar pecados, algunas pertenecen a quienes los cometen, otras a quienes los consienten y otras los sufren, en una muestra en pequeño de lo que sucede en el resto del país.
Nos han dado la tierra
La novela en sí misma se inscribe en ese escenario, como el tiempo, como los seres, que llegan allí huyendo de algo. Los personajes son una alternativa más del espacio “interminable. -Y ajeno”. Un paisaje puede ser un modo de escritura, algo que requiere e instaura una gramática determinada, precisa. No es el único punto de contacto con la tierra yerta e inabarcable de Juan Rulfo, donde no suben los sueños, sino sólo el viento, “la figura del viento llevando a rastras una cobija negra” (Luvina, de El Llano en llamas). Otro punto reside en la odisea de aventurarse por él, algo que entraña un viaje mítico. Se busca una tierra propia porque se ignora dónde se está. Gabriela desconoce, ingenuamente, las cosas que su odisea personal le enseña. La tierra propia (o el propio horizonte), como en el cuento de Rulfo, la tierra que nos es dada, puede ser la más lejana (nuestro horizonte puede estar cerca, pero podemos tener que ir lejos para encontrarlo). Allí vamos a parar, pero esa tierra nos reserva un misterio insustituible. Los seres en esos páramos desaparecen casi tan rápidamente como llegan, sin que hayan adquirido una carnadura real. Todo es horadado y se diluye, las personas son como el polvo que vuela en remolinos.
Se instala así, o más bien el escenario instala, la duda sobre la realidad, porque lo único real es el propio paisaje y su mayor cualidad es parecer fantástico.
También como en Rulfo, que fue un además un gran fotógrafo, el texto se organiza en imágenes. Éstas se suceden en secuencias con principio y fin, o simplemente hay una imagen que se muestra, sin función narrativa.
No obstante, en ese espacio inacabable y desértico cobra valor lo pequeño, que quiebra su monotonía, lo que no surge a simple vista, a veces “El paisaje se ha vuelto transparente y amarillo: los cerros emergen en el fondo, bajos…Entonces, como salido de la nada, un zorro se detiene frente a ella…En algún lugar una puerta se golpea. Gabriela suelta el aire, y respira; el zorro retoma su marcha y se aleja veloz por la calle desierta hasta hacerse un punto que se gasta en el horizonte, allí en donde el sol hace brillar –justo en ese momento las cruces del cementerio” (pág.98). La luz que inmoviliza los espacios, hace brillar las cruces. Igual que en Rulfo, la realidad conduce a la muerte, o es la propia muerte y no lo sabemos. Qué es una dictadura sino eso, una vida a merced de la muerte, o un estado de muerte perpetua a la que se da el lugar de la vida.
Las palabras y las cosas
Hay escasos cuatro hombres que no son gendarmes (el director de la escuela, el turco, el tendero y el macho Ojeda) y en este contexto un partido de fútbol en Costa, un pueblo vecino, donde los gendarmes “representan” a Gral. San Martín, con el nombre de “Los guardianes” se convierte en una especie de batalla. La tribuna puede gritarles de todo a los guardianes. El partido no es un partido, es una representación. Nunca se sabe si lo que es, verdaderamente es (por ejemplo, el polaco que tiene un invernadero puede ser un nazi exiliado).
Hay una frutería que no vende fruta, una telefónica sin teléfono y una iglesia sin sacerdote. El lenguaje, como el ámbito, esta tergiversado, no da cuenta de lo real ni lo real es aprehendido por las palabras, casi siempre parcas y utilitarias.
Gabriela se cruza con Adela, la cabaretera, quien, como el padre al personaje de Ignacio, en el cuento de Rulfo No oyes ladrar los perros la condujo la primera noche, pero las frases se deshacen: “Después nos vemos…intenta decir pero a sus palabras se las quita el viento, las arranca de su boca, las transforma o las traduce, las empuja hacia la otra vereda convertidas en un montón de hilachas y le devuelve, unos segundos después, un cimbronazo de úes y oes y huecos de sonidos que no le dicen nada” (pág.86). Adela es como la diosa Venus que guía a Héctor para salir de Troya, en el canto de la Eneida que Rulfo invierte, haciendo que el padre sea quien conduce al hijo (Grandes escritores…El revés de la hazaña, Mónica Dupuy, pág.392). Adela es mal vista, pero puede guiar a Gabriela, en un vínculo que perdurará.
El jefe del escuadrón, Ángel Blanco, es grande como un oso, y es moreno (no es ni un ángel ni es blanco). No se sabe si ama a Gabriela o la vigila, ni si entró a la gendarmería para huir de la pobreza o por el deseo de ser militar. Tampoco se sabe de qué es capaz. En un momento, mientras nieva, a ella se le ocurre, en otra inversión, un ángel negro caído de la tormenta: “Un procedimiento recurrente y algo irónico en Rulfo consiste en elaborar elementos de creencias populares invirtiendo su sentido” (ob. cit. El revés de la hazaña, pág.396).
La realidad se desdibuja, erosionada por el viento.
También en la telefónica, donde hay que hablar por radio y esperar turnos para hacer enlaces, las palabras se distorsionan: hay que decir “cambio” y apretar una tecla, hablar y soltarla, y todos pueden escuchar la conversación, aun en otros pueblos. El habla es pautada y pública, sujeta a procedimientos que conspiran contra su espontaneidad y producen un mensaje no deseado sino aceptable para la vigilancia (condición, al parecer, de todo habla en ese purgatorio), y Gabriela recibe frases incompletas de su padre, cuya voz no parece la de él, y que le recuerda al robot de Perdidos en el espacio, un nombre que es otra ironía u otra inversión.
Fatalismo
Podríamos encontrar otra recurrencia del autor de Pedro Páramo y El llano en llamas en los hilos de una fatalidad invisible. En el tema de la fatalidad los personajes pueden sentirse libres, pero algunos seres son conducidos a un destino y nunca han sido libres. La libertad es una ilusión.
Edipo conoce la profecía pero al pretender huir de ella no hace más que desatar el mecanismo que la pone en marcha. El fatalismo griego clásico impregna las páginas de Rulfo. Hay seres que al llegar al mundo, sin saberlo, son inscriptos en los hilos desplegados por los hombres, porque en Ratto el fatalismo es humano: el bebé de Lucía, una alumna embarazada por un gendarme, y Gorki, el perro siberiano.
Este último es el símbolo más evidente del sinsentido y lo antojadizo del poder: fue sustraído por un militar al darlo por muerto un veterinario de la fuerza aérea que le debía “vaya a saber qué favor”. El acto de entrega es una sustracción asociada a la muerte. Sus ojos claros son de una pureza penetrante y enigmática; obra por impulsos, es testarudo, no encaja en el mundo reservado para él y huye. Elegir una dueña a quien mirar “como si se atara a la vida desde sus ojos” (pág.97) y vivir un breve ámbito de amor, marcará su suerte, quizás porque en ese pequeño mundo blanco, no es posible el amor y nadie puede huir de ese destino, humano e inhumano al mismo tiempo.
Gorki, bautizado así por quien lo sustrajo, alude al escritor ruso comunista, que abordó el tema social cuando era marginal en la literatura rusa. Es un gesto de ignorancia, conjetura Gabriela, y es uno de poder, afirma Mónica: el de llamar a un ser con un nombre censurado para los demás.
La atmósfera asfixiante de este destino impuesto es acentuada por el clima de eterna vigilancia. Gorki es, en su filiación, uno de los pocos seres libres, igual que el perro que entraba a la cancha durante el partido de fútbol.
Es un atributo del poder el disponer de la inocencia.
Será Gorki quien como perro de la niebla en lugar de la nieve conduzca, igual que Eneas a su padre, a Gabriela para abandonar el mundo narrado.
El revés de la hazaña
La abuela mapuche de Lucía, capaz de darse a entender con una sola palabra en su idioma, o con sus silencios, es probablemente lo único firme. El ser “marginal” es también el único que obedece a una realidad invisible, indudable y trascendente. Lo demás es viento y piedra: “Allí la llaman piedra cruda, y la loma que sube hacia Luvina la nombran cuesta de la piedra cruda. El aire y el sol se han encargado de desmenuzarla, de modo que la tierra de por allí es blanca y brillante…” (Juan Rulfo, Luvina, de El Llano en Llamas, Seix Barral, pág. 172).
Todo, como en Luvina, es negación, salvo dos o tres cosas que permanecen, del mismo modo que en la desmesura de la meseta reparamos en algo muy pequeño.
Quizás vivir sea también eso: el tránsito por el viento y la ambigüedad de lo real, en busca del instante donde el paisaje se detiene, se distancia de la cotidianidad de los hombres, y nos revela algo.
Eduardo Balestena
ebalestena@yahoo.com.ar
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