30 de Octubre de 2013 | Frankfurt, Alemania |
El involuntario encuentro de un submarino |
Patricia Ratto habla de su novela Trasfondo |
por Hernán Vanoli Desde la invitación de honor en Frankfurt 2010, la Argentina viene consolidando su presencia en Ferias Internacionales. De hecho, el año que viene, va a ser país invitado de honor en la de Guadalajara, quizás la más grande de América Latina. Este año, la delegación oficial estuvo integrada por Elsa Osorio, Pablo Ramos, Sergio Olguín, Gustavo Sorá y Patricia Ratto. Brasil era el país invitado de honor, quizás anticipando un poco el mundial y los juegos olímpicos. Aproveché la presencia de Patricia Ratto, una escritora que casi no conocía y me sorprendió gratamente, para preguntarle sobre su escritura, la guerra y el clima que se vive en una Feria Internacional de estas características, muy concentrada en el negocio. —Trasfondo está muy bien documentada, hiciste un trabajo de investigación más profundo que el que hacen muchos cronistas. Sin embargo, elegiste la ficción. ¿Qué confianza, qué fe tenés en la ficción, en sus efectos, o en sus libertades? —La verdad es que esta es la primera vez que trabajo a partir de una investigación, en este caso basada en testimonios. Y eso se debió a que, cuando me topé con esta historia y quise leer algo al respecto, fue escasísimo el material que encontré (una crónica muy breve, una entrevista, una nota periodística) y, por otra parte, tenía la sensación de que lo mejor no estaba ahí, en esa información que había leído. Eso me llevó a tratar de localizar a los protagonistas y a entrevistarlos; de esa manera, cruzando las diferentes versiones, pude hacerme una idea aproximada acerca de lo que había ocurrido dentro de ese submarino, en esos 39 días de inmersión que duró su campaña. Pero tengo claro que no soy historiadora, ni periodista, sabía que tenía que trabajar literariamente y que eran justamente esas operaciones que puede hacer la literatura, o el arte, las que me iban a permitir sumergirme en las profundidades de esta historia, bucear un poco más allá de la primera capa de los testimonios. Por ese entonces, mientras avanzaba con la indagación y las entrevistas, leía Lo que queda de Auschwitz, de Giorgio Agamben, para tratar de entender el papel de los testigos en situaciones extremas como lo es una guerra y, en este libro, el caso específico del campo de concentración. Y me encontré con esta idea de que el testigo integral, el que tiene la experiencia completa de lo que es el campo de concentración, es aquel que muere en el campo y, paradójicamente, aquel que ya no tiene voz para dar testimonio. A su vez, quienes sobreviven, sí tienen voz para contar lo sucedido, pero tienen una experiencia parcial, incompleta. Queda entonces, siempre, una laguna, una zona gris, impenetrable, inaccesible, sin voz que la pueda narrar. Un poco arbitrariamente, se me ocurrió trasladar esto que Agamben dice del testigo integral en el campo de concentración a la experiencia de la guerra. E imaginé que ese testigo integral, imposible para la historia, para el periodismo, para la filosofía, era un testigo posible para el arte, y en este caso para la literatura. Y eso fue clave para encontrar a mi narrador que, conjuntamente con el trabajo minucioso del lenguaje y el diálogo con otros textos literarios, es lo que hace de este relato una ficción. Sentí que era la única manera de introducirme un poco en esa zona neblinosa e inatrapable de Malvinas. El arte tiene sus maneras de penetrar en aquellos lugares a los que otras disciplinas no llegan. Hace unos días, antes de venir para Frankfurt, de pie frente al “Guernica” de Picasso primero, y frente a “Los fusilamientos” de Goya después, sentí que había ahí, en esas obras, una verdad tan profunda y contundente que no había encontrado nunca en un libro de historia o en una crónica periodística. Pero esto, claro, no es más que una apreciación personal, absolutamente discutible por cierto. —¿Cómo surge la idea de escribir sobre Malvinas y qué obras literarias tuviste en cuenta a la hora de trabajar en Trasfondo? —Yo estaba escribiendo otra novela cuando, en el acto del 2 de abril de 2009 de la escuela secundaria en la que trabajo, en Tandil, me encuentro con un brevísimo testimonio de un submarinista que, con 19 años, había sido parte de la tripulación del San Luis, había ido a Malvinas en ese submarino que partió con un motor de menos y torpedos que no funcionaban, para enfrentar en esas deplorables condiciones a la armada de Gran Bretaña. Esto que en principio me guardé en la memoria como una anécdota, como una curiosidad y como un signo del absurdo de Malvinas, comenzó a retornar a mí, hasta no poder quitármelo de la cabeza, de modo que abandoné lo que estaba escribiendo y comencé con la larga tarea de ubicar a quienes habían formado parte de la tripulación del San Luis durante la guerra, convencerlos para que aceptaran que los entrevistara (sobre todo que los entrevistara una mujer, que además había escrito dos novelas que abordaban el tema de la dictadura), y dejar en claro que ese material iba a ser para escribir una novela. Y así, poco a poco, en un proceso que duró tres años, fui entrevistando a más de la mitad de la tripulación, suboficiales todos, dispuestos a contarme lo que había sucedido para desmontar la versión oficial que hasta el momento había circulado. Fue un trabajo de reconstrucción minucioso, pues por la estructura del submarino, que es estrecho como un pasillo y no permite que coexistan muchas personas en un mismo sitio, y por la posición que ocupaba cada tripulante (ya sea en sala de máquinas, en la cocina, en el comando, en la zona de torpedos, etc.) cada entrevistado conocía sólo una parcialidad de lo que había sucedido. A la vez que avanzaba con la investigación leía a Agamben, pero también releía El corazón de las tinieblas y los relatos de mar de Joseph Conrad, La canción del viejo marinero de Coleridge, Viaje al fin de la noche de Celine y “La madriguera” de Kafka, que son algunos de las obras con las que Trasfondo dialoga, además de Los pichiciegos de Fogwill. —¿Con qué dificultades te encontraste? —Dificultades con las que me encontré: muchísimas. Pero la que en un determinado momento me paralizó, y hasta me hizo pensar en abandonar la tarea, fue la enorme responsabilidad que comencé a sentir con respecto a los submarinistas y sus testimonios. Entendí que para ellos se trataba de un momento importantísimo, y a la vez traumático, de sus vidas; algunos contaban hechos que no habían querido relatar nunca; otros incluso lloraban. Habían terminado por confiar en mí y yo sentía que no debía hacer cualquier cosa con eso. Y, entonces, en ese momento en que me encontraba detenida y sin saber cómo seguir, en una charla que tuve con Elsa Drucaroff, ella me señaló que la mejor manera de no traicionar esa confianza era justamente hacer literatura, que -según señaló Elsa muy generosamente- era lo que yo sabía y tenía que hacer. Entonces decidí respetar, por un lado, hasta los más mínimos detalles de los testimonios pero, a su vez, apropiándome del consejo de Elsa y de lo leído en Agamben, construir un texto absolutamente literario e introducir un narrador fantasmal e imposible. Sobre ese cruce paradójico se construyó Trasfondo. —Vivís en Tandil, tu segunda novela ocurre en Tandil y tus libros ponen una mirada en las voces que se construyen en lo periférico. De hecho, Trasfondo es como una suerte de periferia de la guerra de Malvinas, una guerra sumergida. ¿Qué relación tenés con el campo literario que a veces se concentra más en Buenos Aires? ¿Y cómo es tu labor en la enseñanza de literatura? —Mi relación con el campo literario de Buenos Aires se da, de vez en cuando, por medio de algunos viajes para participar en eventos que se realizan allí y a los cuales me invitan. Pero, claro, lo que para un escritor de Buenos Aires significa tener una presencia continua en el medio, para mí es sólo una presencia esporádica; lo que para alguien de Buenos Aires implica tomar un taxi o un subte y estar presente en un evento, a mí me significa viajar cuatro horas de ida y otras cuatro de vuelta. Pero, bueno, las cosas se dan así y lo cierto es que cada vez que puedo aprovecho estas oportunidades, sobre todo por lo que me gratifica encontrarme con otros escritores, intercambiar experiencias, opiniones; he conocido gente genial y muy generosa (también de la otra, claro). Por otra parte, hay algunos escritores y escritoras en particular, con quienes mantengo un vínculo sostenido por medio de las redes sociales. —Con tus tres novelas podría pensarse que hiciste un tránsito hacia la guerra. Como una reconstrucción al revés, un video rebobinado. En Pequeños hombres blancos y en Nudos se enfocan más los efectos de la dictadura militar, pero en Trasfondo vas directamente a la guerra. ¿Sigue siendo interesante pensar la guerra después del kirchnerismo? ¿Sigue habiendo guerras, más o menos sucias, o tu proyecto narrativo va a orientarse a otra dirección? —Pequeños hombres blancos transcurre en plena dictadura y Nudos inmediatamente después de la crisis del 2001. Por eso, en Nudos, el pasado reciente de la Argentina -la dictadura y Malvinas- aparece como cicatriz; hay en esta novela cicatrices tanto físicas como psicológicas y morales. Malvinas se hace presente aquí por medio de lo que ha dejado, o quitado, a quienes participaron en ella: en este caso Manuel, un excombatiente que ha perdido una pierna, pero también la esperanza, y vende artesanías en la estación del ferrocarril. Trasfondo, en cambio, se sumerge de cabeza en plena guerra, y ya no desde la mirada y el relato de un ex combatiente, sino desde un submarinista, militar de carrera, formado por las propias Fuerzas Armadas. —Fuiste invitada a la Feria de Frankfurt como parte de la comitiva oficial. ¿Qué nos podés contar de tu experiencia en Frankfurt? ¿Algo que te haya sorprendido? ¿Qué temas se trataron en la mesa sobre Derechos humanos y literatura? ¿Qué le pasa a un escritor en una feria de la industria como es la de Frankfurt? —Mi experiencia en Frankfurt fue muy buena, no sólo por agradable sino por inquietante: un territorio desconocido, gigantesco, miles y miles de personas circulando por pabellones, pasillos, galerías, cientos de frases en idiomas diferentes, algunos reconocibles, otros no, cantidades de libros absolutamente abrumadoras… En la mesa sobre Derechos humanos, que compartí con los escritores Elsa Osorio y Pablo Ramos, y con los embajadores Magdalena Faillace y Diego Polski, conversamos sobre las razones que nos llevaron a cada uno de nosotros a tomar la opción de hacer literatura a partir de estos temas, de por qué nos parecía interesante la opción de la ficción para revisar este pasado doloroso de la Argentina. En mi caso, la dictadura comenzó justo cuando empezaba a cursar mi escuela secundaria, de modo que toda mi secundaria y parte del profesorado de letras lo hice durante ese periodo. Yo no milité en ninguna agrupación política, tampoco tuve amigos o familiares desaparecidos y, sin embargo, la dictadura dejó en mí una marca indeleble, que muchos años después, allá por el 2004 cuando comencé a escribir, se hizo visible y hasta diría que determinante. Para mí, escribir sobre este periodo fue una manera de sumergirme en las sombras para tratar de entender lo que había sucedido. |